La construcción del castillo se atribuye a los caballeros teutónicos, quienes lo habrían levantado en el siglo XIV, al ser trasladados desde Palestina al Reino de Hungría. La leyenda dice que el castillo de Bran fue el sitio de residencia de Vlad el Empalador, de donde se deriva su otra denominación.
La circulación del castillo se ordena alrededor de un patio central, desde donde se accede a diferentes estancias, como la Sala de la Cancillería, con muebles europeos renacentistas importados por la reina María, la Sala de la Guarnición con una pequeña capilla, el dormitorio real, con iconografía religiosa o la Sala de Música con instrumentos musicales antiguos. Además, en el castillo de Drácula se destacan las escaleras caracol, los pasadizos secretos y una estética, en general, austera y sombria.
Este castillo fue posesión de la Princesa Ileana de Rumania, quien lo heredó de su madre, la reina María. Sin embargo, en 1948, le fue incautado por el Gobierno comunista de Rumania. Tras la restauración de los 80 y la Revolución rumana de 1989, el castillo de Bran, pasó a ser un destino turístico obligado, para los visitantes que pasan por Rumania.
En el 2006 el gobierno rumano le devolvió la propiedad del castillo de Drácula, al heredero legal, el hijo de la Princesa Dominic von Habsburgy, quien en 2007, lo puso en venta, a un valor de 50 millones de euros.

El llamado castillo de drácula, es en realidad una mole de hace muchísimos años, data del 1378 y se encuentra sobre una colina de roca. Es una construcción de gran tamaño e incluso temerario. Cuenta con cuatro torres y toda su periferia está cerrada por un muro de piedra calcárea. Ya en el interior esta distribuida en un total de 57 habitaciones, de las cuales algunas se comunican con calabozos. Tiene también un altillo, en el cual hay un sarcófago del cual surgió la leyenda de Vlad, quien supuestamente vivió allí. A pesar de que esta construcción tiene en su interior un importante museo de arte medieval, lo que causa interés mayor es la leyenda de aquel castillo. Además de la leyenda de drácula, se cuentas otras famosas historias, como son.
• Los niños encantados por el flautista de Hamelin.
• La historia de que el corazón de la reina María de Sajonia, mientras pasaba por el comunismo, fue puesto allí en un recipiente de con 307 joyas.
• La historia de que el corazón de la reina María de Sajonia, mientras pasaba por el comunismo, fue puesto allí en un recipiente de con 307 joyas.
Se cuenta que el edificio original era de madera. Tiene casi 30 hectáreas. En su lugar se construyó el actual castillo de piedra y ladrillo. Para el año 1920 el castillo fue obsequiado a la Reina María, la cual era esposa del Rey Fernando I, como muestra de agradecimiento por ayudar a incorporar Transilvania a Rumania. En el año 1938 la reina se lo heredó a la princesa Ileana, su quinta hija. Al paso de la II Guerra Mundial y al llegar el la llegada del comunismo, este castillo fue confiscado. Ya para el año 1990 la princesa Ileana pudo regresar y en la actualidad tres de los seis hijos que tiene ella podrán tomar posesión del edificio, el cual esta valorado en 25 millones de euros que el gobierno les ofrece por el, de todas maneras en los siguientes tres años el lugar continuará siendo utilizado como un museo.
EL CONDE DRACULA
Pocos personajes habrán alcanzado una tan amplísima gama como este vampiro salido de la imaginación del escritor Bram Stocker. Y también será difícil encontrar una concordancia más pobre que entre este muerto viviente y el personaje histórico al que le robó el nombre. Porque Vlad IV apodado por sus súbditos como Drácula con ser un ser despreciable y sanguinario, nada tenía que ver con el longevo conde que cada noche sale a beber su dosis de hemoglobina necesaria para seguir no y viendo por los siglos de los siglos.
En fin, a no ser por Stocker y, sobre todo, por el séptimo arte, que entró a saco en esta historia increíble, el verdadero Vlad apenas sería conocido en otros lugares que no fuesen sus apartadas montañas de los Cárpatos, como mucho, algunas comarcas próximas. En cuanto a las comparaciones, el auténtico Drácula sería mucho más aterrador que el de ficción y, por desgracia, la presencia de un crucifijo frente al rey de Valaquia, se demostró inútil para poder salvar a ninguna de sus numerosas víctimas.

El auténtico Drácula fue un noble rumano oriundo de Valaquia que dejaría el recuerdo insufrible de los cruentos padecimientos a los que sometió a los suyos , a su propio pueblo (toda una población aterrorizada), como a los extranjeros. Pocos dudaban de la enajenación de Vlad IV y el placer que experimentaba sometiendo a tortura a cientos de sus súbditos. Por eso, sus crímenes hicieron que se le conociese como Drácula, que significa el hijo del Diablo (y, también, dragón). El verdadero Drácula, como personaje real, pasaría a la Historia como Vlad IV el Empalador.
Vlad se sentó en el trono de su país a los 18 años, bien es cierto que, al principio, como soberano títere de los turcos. De su contacto con los otomanos, por cierto, aprendió el horrible suplicio del empalamiento que después, en cuatro años de locura, utilizaría hasta la saciedad. Una vez que se pudo liberar de sus carceleros, volvió a Valaquia y, en 1437, se autoproclamó Cristo Dios, gran voivoda (príncipe) de Hungro-Valaquia. Insaciable en su necesidad de matar y hacer sufrir, se enemistaba constantemente con todos los que le rodeaban en un afán —~,de supervivencia?— por incrementar el número de sus futuras víctimas. Una vez éstas adquirían una realidad evidente, Vlad las mataba de mil y una maneras, sobre todo a través del empalamiento. Pero su fértil imaginación y sus instintos sádicos no se tomaban un respiro y ensayaba nuevos sistemas de mandar al mundo de los difuntos a miles de potenciales víctimas. Así, un día hirvió vivo a un gitano acusado de ladrón, y obligó a su familia a que se lo comiesen después. El número de sus víctimas se contaron por miles que aparecían incluso aumentadas por el boca a boca de los aterrados habitantes del lugar. En Schylta ordenó matar a 25.000, y en una ciudad cercana, el día de San Bartolomé de 1460, empaló a 30.000. A una concubina que le comunicó su embarazo, ordenó que le abrieran el vientre a ver si era verdad.
Provisionalmente puso fin a este estado de cosas el rey Matías de Hungría, que lo encerró durante una docena de años por ver si se calmaba en su frenesí sangriento. Fueron sus propios súbditos los que, asqueados de sus procedimientos torturadores, lo denunciaron al rey de Hungría. En su prisión, Vlad no demostró, precisamente, arrepentimiento alguno; por el contrario, sobornaba a sus guardianes para que le proveyeran de ratones y otros animales a los que, para no olvidarse de su obsesión, se distraía empalándolos. Salió en libertad en 1474, y, al parecer, con ganas de pelear, ya que se metió en una nueva guerra con los turcos, luchando frente a los cuales murió, en una cruenta batalla, a los 45 años de edad. Los otomanos le cercenaron limpiamente la cabeza y la enviaron, previamente conservada e introducida en miel, al sultán de Constantinopla.
Como se advierte al principio, y a pesar de sus monstruosidades, nada abona la acusación contra Vlad IV de ser un bebedor de sangre, o de desdoblarse en vampiro. El error, propagado a través de la celebérrima novela de Bram Stocker más de tres siglos después, pudo deberse a que, en rumano, Drac significa diablo; y en Molda via Drakul es sinónimo de vampiro, ese animal que necesita beber sangre caliente para sobrevivir. Resulta obvio que, comparado con el auténtico Vlad IV, el pobre personaje de la citada novela y de tantos films era un buen cadáver que regresaba pronto a su ataúd. Vlad IV acabó mal, muy mal. Y, sin embargo, en la memoria colectiva de Transilvania, se fue transmitiendo la leyenda del gran héroe nacional Vlad IV, el cual —para algunas gentes—, si las cosas se ponen feas, volverá de nuevo para salvar a su pueblo. Aunque, entre ese mismo pueblo, también la leyenda del Empalador se ha utilizado siempre para asustar a los niños revoltosos...
El cine se apresuró muy pronto a trasladar a la pantalla a un personaje tan atractivo e interesante. Bien es cierto que nos referimos al Drácula-vampiro de Stocker. En 1931 el director Tod Browning rodó su Drácula con el mejor actor que llegaría a identificarse con el conde-cadáver: Bela Lugosi, que, curiosamente, era de origen húngaro y, por lo tanto, de una tierra próxima a la Valaquia y a los Cárpatos donde reinó el auténtico Vlad IV. Antes y después (en la historia del cine hay un título, Nosferatu, de Murnau, en los años 20, que es un clásico) los vampiros con forma humana llenarían las pantallas, pero prácticamente nadie se atrevió, que se sepa, a trasladar a imágenes la auténtica biografía del Empalador, quizás porque las mordeduras del conde-vampiro son de alguna manera asumibles y los suplicios de Vlad no.
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